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El clericalismo supone el sostenimiento por el Estado de los intereses materiales de un determinado clero y de los principios dogmáticos de su religión. Durante la Restauración (1874-1923), la Iglesia consolidó su poder, en simbiosis armónica con el Estado, e incrementó sus privilegios socio-económicos: control cultural, educativo y moral del país. Era una Iglesia integrista, nacional-católica, opuesta a la democracia y que legitimaba la desigualdad social. Sus símbolos y tradiciones formaban parte de los referentes vitales de un sector privilegiado de la sociedad. Por ello se generó un anticlericalismo popular, de crítica moral, vinculado a quienes durante décadas lucharon por la democracia y la igualdad social. En consecuencia, se forjó un discurso popular anticlerical, compartida por republicanos e izquierda obrera, que identificaban en la Iglesia una institución más, junto con la monarquía, el caciquismo y la burguesía, contraria al progreso democrático y de la clase obrera. De aquí que cada “bautizo”, boda o entierro civil se celebraba como un triunfo democrático.
La Constitución laica de la República puso fin a los privilegios eclesiásticos, al separar la Iglesia del Estado. La Iglesia respondió colaborando con la derecha política a cambio de recuperar su poder. Con frecuencia utilizaba el púlpito como altavoz político con arengas como “vosotros, hombres de Benigànim, ¿consentiréis que maltraten a vuestra Beata…?” El anticlericalismo solamente se entiende desde esta doble faceta simbólica y socio-política. La conciliación entre el devoto “pueblo católico” y la “comunidad popular” anticlerical era complicado. Esta dialéctica, común a cualquier religión, configura el tránsito de una sociedad tradicional a otra moderna y secularizada.
En Benigànim, con un poderoso movimiento católico, el principal motivo de conflicto fue la disputa por la posesión del convento. Por ello la victoria frentepopulista de febrero de 1936 se celebró en su interior, procediendo a una incautación “popular” del inmueble cargada de simbolismo. En noviembre de 1933 tuvo lugar la visita del obispo auxiliar, en el contexto de unas elecciones particularmente complicadas, y se vivieron momentos de tensión, aireados hasta por la prensa estatal. También se dieron polémicas menores con el toque de campanas, o con la celebración de actos y manifestaciones religiosas públicas sin la preceptiva autorización gubernativa, las cuales eran instrumentalizadas políticamente por la Derecha Regional.