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El franquismo fue una dictadura misógina, de acuerdo con la retórica fascista y con la España imperial y “viril” que decía querer restaurar. Hasta el extremo de no hacer constar en la Cruz de los Caídos el nombre de la única mujer asesinada, Mª. Teresa Boluda Sanz. Las mujeres perdieron la condición de ciudadanas de pleno derecho conseguida en la República. Hasta finales del franquismo solamente votaban en comicios (fraudulentos) organizados las mujeres “cabezas de familia”, es decir, viudas. Aunque se creó una delegación falangista exclusivamente para encuadrar a las mujeres, la Sección Femenina, su modelo de feminidad era claramente anti-feminista, patriarcal y tradicional: esposa remilgada, madre cristiana y española. Como dijo Pilar Primo de Rivera en 1941, “el papel de la mujer en la vida” es “de sumisión al hombre”, pero con modernidad superficial, para mejorar así los roles de higiene, sanidad, etc. El trabajo femenino había de ser el imprescindible para consolidar el núcleo familiar. Si no se requería, el hogar debía ser el espacio femenino. Esta imagen falangista coincidía con la propagada por el régimen y por la Iglesia. De hecho, era habitual en las fábricas, como en Benigànim, abonar un finiquito cuando la obrera se casaba y abandonaba el trabajo. La moral también contenía dosis de género, como las carabinas en el noviazgo o en el cine.
La represión franquista, acabada la guerra, atacó directamente a las mujeres que se habían significado socio-políticamente durante la República o el conflicto. De hecho, al menos 16 mujeres de Benigànim fueron sometidas a consejo de guerra. Se les impusieron castigos “de género”, como pasearlas con el pelo rapado, o humillarlas públicamente haciéndolas limpiar las calles, como sucedió en Benigànim. Las mujeres desempeñaron un papel crucial en la posguerra, ya que eran las principales protagonistas del estraperlo, imprescindible para comer. Eran la salvaguarda de las familias con presos, pero también las transmisoras en la familia de la memoria de los vencidos; siempre con temor y “en veu molt baixa”.
Además del penoso trabajo doméstico, con muchos hijos a su cargo, las féminas trabajaban en las explotaciones agrícolas, en manufacturas de economía sumergida, en el servicio doméstico del pueblo o en las ciudades. Había sectores o trabajos muy feminizados, como eran los talleres alpargateros, con un 67% de trabajadoras en 1952; los almacenes de uva, la costura, el forrado de garrafas y algunos quehaceres específicos, como la telefonía. En todo caso, siempre fueron sometidas a discriminación salarial. Los únicos espacios autónomos de las mujeres, siempre dentro de la “tradición”, eran las cofradías religiosas.