05

Benigànim
Vivir y malvivir

SEGUNDAREPÚBLICA

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Benigànim
Vivir y malvivir

SEGUNDAREPÚBLICA

En 1930, Benigànim era el cuarto mayor municipio de la Vall d’Albaida (3.583 habitantes) con una influencia directa sobre los Pobles del Riu. Trabajo y vida giraban alrededor de la viña (vino y uva de mesa) y del olivar como cultivos comerciales, con 1.150 hanegadas regadas para frutales y hortalizas, y una propiedad minifundista: 277 propietarios con menos de 1 hectárea. Aparte de los productos agroalimentarios (arrope, vino, alcohol), destacaba la alpargatería. Diez establecimientos daban trabajo a más de un centenar de trabajadores (sobre todo, mujeres); aunque estos, y cuando era temporada el Balneario de Bellús, también ocupaban parcialmente al resto del pueblo. Había un reducido grupo de grandes propietarios (8 en 1935), entre ellos el marqués de Vellisca y Pascual Flores (casa de Torrella, 855 hanegadas). El 8,8% de los propietarios disponían de más de 3 Ha y reunían el 33,5% del secano. Predominaba, pues, la masa asalariada, con 400 obreros agrícolas y 650 industriales, muchos con propiedades minifundistas, dado que el 54,8% apenas trabajaban menos de 1 Ha. El monocultivo obligaba a la emigración permanente o golondrina (la Ribera de Xúquer) y ocasionaba un paro estructural, agravado en los años 30 por la crisis vitícola o por el pedrisco de julio de 1931. En 1935 se retrasaban las fiestas, por ejemplo, para que los jornaleros del arroz pudieran volver a tiempo.

La sociedad estaba estratificada según la renta, la vivienda, el vestuario o la sociabilidad. Hasta los setenta perduró la ancestral división socio-topográfica entre los de dins (centro) y los de fora. En el centro del pueblo vivían los propietarios, industriales, comerciantes y profesiones liberales (farmacéutico, médico…), en las casas más grandes y con servicio doméstico: 5 sirvientas. Pequeños propietarios, tenderos o niveles altos de asalariados integraban la clase media. En las familias de los trabajadores también buscaban empleo las mujeres y sus hijos, de sol a sol y en el campo, con unos salarios ínfimos cuando los había. En el cantó de la Font, los hombres esperaban cada día ser empleados a jornal por los propietarios. Era una vida precaria, sometida a la caridad de los poderosos y a sus abusos; una vida en constante viaje por caminos, transportando mercancías para vender o hacer trueque. La vivienda era otro problema, estimándose su déficit en un centenar.

La dieta era primordialmente vegetariana: pan de trigo o mezclado con maíz (coques), arroz y legumbres. En mucho menor grado, carne de cabrío, tocino de cerdo y salazón: bacalao, sardinas. Sin agua corriente en las casas ni alcantarillado, las fuentes públicas se convertían en espacios de sociabilidad del vecindario. La noche llegaba con la puesta del sol, con las calles insuficientemente iluminadas. Las enfermedades infecto-contagiosas (tifus, sarampión, tuberculosis) eran habituales, agravadas por los pozos negros, el hacinamiento de las familias obreras y una dieta insuficiente.

La rutina del trabajo extenuante solamente se rompía con el ciclo festivo (la Beata, San Antonio Abad…), la Feria de Xàtiva o las reuniones familiares o de amigos. Las buenas comunicaciones (ferroviarias, autobús, carretera) y la cercanía con Xàtiva ayudaron a introducir aspectos de la sociedad de masas, como el fútbol (inauguración del campo de fútbol de La Rosaleda en 1930) o el cine (Cine Ideal), incluso con el efecto sorpresa de los primeros aeroplanos. Asimismo, había distracciones más tradicionales, como el teatro de aficionados, la música, los toros o la pelota valenciana.