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Desde la noche del 16 febrero de 1936, hubo quien conspiraba para poner fin a la democracia y destruir a la izquierda mediante una dictadura militar. El golpe de estado del 17-18 de julio de 1936 fracasó en parte por la desunión del Ejército y de las fuerzas de seguridad, y por la movilización defensiva obrera. En la zona republicana estalló la revolución social, con comités y colectivizaciones, bajo un gobierno sin poder efectivo. Desde los primeros días, en ambas retaguardias se ejerció la violencia contra los “enemigos” internos: exterminio de republicanos e izquierdistas por el Estado sublevado; de anti-republicanos y clérigos en la otra parte, pero sin control estatal republicano.
La guerra comenzó de manera efectiva en octubre de 1936 con la llegada masiva de fuerzas militares de la Alemania nazi y la Italia fascista, aliadas de Franco. Abandonada la República por las democracias, y esto fue unas de las causas de su derrota, tan solo pudo contar con los voluntarios de las Brigadas Internacionales y con el armamento comprado en la Unión Soviética. La contienda halló un eco internacional y dividió a la opinión pública de los países democráticos. La conquista de Madrid parecía muy próxima y el gobierno republicano se trasladó a València en noviembre de 1936 y desde allí comenzó a recuperar las parcelas de poder perdidas y a controlar el país.
La ayuda soviética fortaleció al Partido Comunista, contrario a la revolución, y provocó graves tensiones, que estallaron con los Sucesos de Mayo de 1937, en Barcelona. Tras ellos, el socialista Negrín y sus gobiernos defendieron el lema “¡Resistir en vencer!” con la esperanza de enlazar con una guerra en Europa. En la zona sublevada se unificaron todos los partidos en Falange Española Tradicionalista y de las JONS, y la Iglesia legitimó al nuevo régimen al denominar “Cruzada” a la guerra. La violencia política prosiguió, por medio de consejos de guerra, en las zonas conquistadas.
La batalla del Ebro y el contexto internacional de 1938 sentenciaron a la República, con una población cada vez más desmoralizada por las carencias materiales y los continuos bombardeos. La guerra terminó oficialmente el 1 de abril de 1939.