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La desintegración del aparato coercitivo del Estado (jurídico, policial) en julio de 1936 dio lugar al estallido de violencia en la retaguardia republicana. Confluyeron varios factores: los conflictos socio-laborales y políticos precedentes, aumentados en los pueblos por querellas personales o familiares; el anhelo de destruir el “viejo orden”; la función de asegurar el poder de una organización política o sindical dentro del campo republicano; el control de la retaguardia, junto con la eliminación de los enemigos que convivían en ella. Era un reflejo de las “guerra totales” de la Europa del primer tercio del siglo XX, que asimilaban retaguardia y frente de combate. Aquella violencia sembró el dolor en muchas familias y forma parte de la memoria colectiva de la contienda.
Al menos seis vecinos de Benigànim fueron encarcelados. La revolución terminó con la vida de diez personas. Se plasmó en el intento de aniquilar al “enemigo” político (9 pertenecían a la Derecha Regional) y social (propietarios, comercio); de vengar afrentas (el secretario municipal) y suprimir influencias de familias enteras: asesinato de padres e hijos. Como en otros pueblos, hubo afluencia de milicianos de ciudades próximas (Alzira, Gandía), que extendían su idea de revolución radical a zonas rurales, presionando a los comités locales, aprovechando la colaboración de correligionarios del lugar, generalmente jóvenes. El mismo comportamiento coercitivo lo ejercían milicianos rurales exaltados en pueblos cercanos al suyo. Por otro lado, el vecindario en general procuraba proteger las vidas de posibles víctimas, aunque no siempre fue posible.
Las muertes tuvieron lugar en Benigànim en septiembre. El día 1, una patrulla miliciana de Gandía se llevó dos personas a Xeresa y los mataron. El día 9 fallecieron el resto de víctimas, después de una tumultuosa manifestación y de la incursión de un grupo de milicianos de Alzira que buscaba a un comerciante de la familia Almiñana Serra. Los asesinatos se verificaron por la tarde, en Corbera, junto a la carretera de Xàtiva-Manuel. Estos crímenes tenían un claro sesgo de género, influido por valores tradicionales: entre los asesinados, solo hubo una mujer; el resto, hombres. Después de esos hechos, la violencia con resultado mortal se detuvo durante el resto de la guerra. Aunque también se dieron otras formas de violencia, como la obligación de limpiar las destrucciones anticlericales o insultos del tipo “beatos” o “monárquicos”.